Viajar es una pasión que tengo desde niño. Recuerdo los veranos siendo yo un crío cuando en mi casa preparábamos las maletas para emprender un nuevo viaje a un lugar desconocido. Con siete años mis padres me llevaron a Tunez, donde mis recuerdos son borrosos pero las sensaciones que allí tuve siguen vivas en mí. Con ocho años cruzamos en coche los pririneos, atravesamos Francia y llegamos hasta Suiza para ascender el Jungfrau. Verme rodeado de montañas nevadas me hizo darme cuenta de las cosas tan espectaculares que habían más allá de mi pequeño pueblo natal.
Con veinticuatro años y recién terminada la carrera de económicas decidí dejar mi vida en Alicante y emprender un viaje que sin lugar a dudas cambiaría mi forma de ser para siempre. Me fui a Irlanda con una mano delante y otra detrás para buscar un trabajo y demostrarme a mi mismo que podía conseguir todo aquello que me propusiese.
Durante un año fui un irlandés más en la ciudad de Dublín. Trabajé en diferentes empresas, estudié inglés por las tardes en una academia y me tomé tantas Smitcmicks como mi salario me permitió. Antes de volver a España decidí visitar dos ciudades cercanas, Edimburgo y Londres, donde terminé de darme cuenta de que si la vida me lo permitía gastaría mi tiempo libre y mi dinero en descubrir nuevas culturas de las que sorprendentemente nunca me habían hablado en la escuela.
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