La mochila de Pepe
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Día 8
Amman - Madrid
Hoy iba a ser nuestro último día en éste maravilloso país y habíamos dejado su capital como último destino. Nuestra primera parada iba a ser la Mezquita del Rey Abadalá, un lugar que nos habían recomendado visitar otros viajeros. Se encuentra en un barrio alejado del centro, por lo que vale la pena coger un taxi por un par de euros y que nos deje en la misma puerta, ya que Amman está construida sobre colinas y cualquier paseo se puede acabar convirtiendo en una ruta de montaña. Nada más llegar a la puerta unos hombres muy simpáticos nos comentaron que no podíamos entrar directamente a la mezquita, sino que teníamos que pasar por un pequeño edificio para turistas. Era una habitación grande llena de pequeños regalos, libros y demás objetos relacionados con la cultura jordana. Una mujer muy agradable no saludó y nos indicó que yo iba apropiado para entrar en la mezquita pero Sandra tendría que llevar un traje que le cubriese todo el cuerpo, incluyendo la cabeza, para poder entrar y respetar su cultura, por lo que sin ningún problema accedimos a mantener sus tradiciones. Una vez vestida acorde al lugar procedimos a entrar en la famosa mezquita, y aunque no es comprable con la belleza de las mezquitas turcas el ambiente de paz y tranquilidad que se respiraba dentro eran sobrecogedores. Entramos con respeto, despacio y nos sentamos en un lado sobre las maravillosas alfombras que decoran el suelo, mientras que cada persona que pasaba a nuestro lado nos miraba y nos saluda con una contagiosa sonrisa. Nunca me cansaré de contar la amabilidad y la felicidad de un pueblo rodeado de guerras y hambres que desde el primer momento acogió a todo aquel pueblo fronterizo que se quedó sin hogar. Después de disfrutar de un momento de paz volvimos al edificio a devolver las ropas que nos habían dejado y después de una bonita conversación con la chica y ver el interés que teníamos por su gente nos regalaron un pequeño Corán traducido al español, dimos las gracias y nos fuimos con una bonita sensación en el cuerpo, sobre todo cuando sales a la calle y ves frente a ti una catedral ortodoxa, quien ha dicho que no son respetuosos los musulmanes con el resto de religiones...
Para seguir con nuestra visita por la ciudad decidimos pasear por la famosa Rainbow Street. Es un pequeño y céntrico barrio lleno de pequeñas cafeterías y restaurantes de estilo colonial. Realmente se encuentra ubicado a veinte minutos del centro, pero la diferencia con éste es realmente significativa, mientras que en el centro mismo de la ciudad esta llena de tráfico, caos y restaurantes típicos de la región, aquí se respira paz, tranquilidad y un ambiente de gente joven con ganas de mezclarse con la gente extranjera, sin lugar a dudas un curioso lugar para tomar un café a media tarde o probar alguno de sus maravillosos restaurantes.

Por la noche nos salía el avión con destino a España por lo que habíamos dejado para el final la Ciudadela, lugar donde se encuentran las ruinas más antiguas de la ciudad, queríamos ver atardecer desde lo alto de la colina para poder hacer fotos con esos bonitos colores que deja el cielo cuando el sol se está marchando en el horizonte, sin embargo Jordania nos tenía preparado una última sorpresa. Nada más llegar nos comentaron que era la hora de cerrar, pero ya que no había mucha gente nos vendieron las entradas y nos permitieron pasar. El lugar está lleno de ruinas sin embargo para un Europeo no son muy espectaculares ya que si antes has visitado lugares como Roma no te llamaran poderosamente la atención. Después de deambular un rato por el lugar nos dispusimos a hacer alguna foto sobre la ciudad, y aquí fue cuando vino nuestro regalo, sin ningún aviso todas las mezquitas de la ciudad se pusieron a cantar, no la típica llamada a la oración, sino un canto diferente, más dulce, más sentido. Cada nuevo minuto una mezquita se unía a dichos cantos con una voz más potente. Mientras esto sucedía, decenas de palomas blancas fueron soltadas en el cielo de Amman y empezaron a recorrer de un lado a otro las casas del centro de la ciudad, si a esto unimos como el sol empezaba a irse por detrás de las colinas tenemos una bonita e inolvidable estampa de una de las ciudades más acogedoras en las que he estado. Cuando terminó el gran espectáculo al que habíamos asistido preguntamos que había pasado y por lo que se ve era el día del nacimiento del profeta Mahoma para los jordanos y esto era una de las formas que tenían de expresar su cariño y devoción a su maestro.
Con una sonrisa de oreja a oreja volvimos a nuestro hotel para prepararnos para la vuelta a nuestro hogar y llevarnos con nosotros una mochila llena de recuerdos inolvidables.
Jordania es un país que siempre llevaré dentro de mí, pero sobre todo lo que nunca olvidaré es la sonrisa de sus gentes saludándonos, pidiéndonos fotos y gritando con total sinceridad "Welcome to Jordan¡¡¡¡".

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